viernes, 21 de agosto de 2009

Pura vida.




La aprehensión es un sudor frío que corre por su espalda. Mira y observa. Sincroniza poco a poco los latidos del corazón con ella. Observa su ritmo y poco a poco toma el compás, como un baile lento en una pelicula antigua. Sin dejar de observarla empieza a prepararse, calienta, frota y acaricia para evitar el desliz. Se levanta y la toma en brazos, y ese es el momento en el que no hay vuelta atrás. Los nervios se hacen una bola fría en la boca del estomago, que desaparece en cuanto prueba el agua que dejan sus labios, como un beso en sus rodillas. Se acuestan. Entra, avanzando con tranquilidad pero con decisión. No ha abandonado el ritmo y ahora sus corazones laten unidos a la perfección, siguiendo con precisión la onda y bailando pasos de equilibrista, hundiendose en ella o permaneciendo a flote, al compás de una música que solo ellos dos escuchan.

Y poco a poco van llegando a ese punto donde no existe nada más que ellos dos, y una espera que no es más que pura paz destilada y cristalizada, blanca como el azucar y que sabe al placer de las cosas simples. El aire y el agua limpian la memoria y la vida se vuelve ligera y buena.
El ritmo de su respiración se acelera y como un pecho que se bombea al respirar con fuerza, ve llegar el momento que esperaba.

Su mente se vacía, sus oidos no escuchan mas sonido que el latir de su corazón, todo se acelera en un instante y finalmente, ajeno al mundo y su realidad, se deslizan durante lo que parece una eternidad, en gestos de pura energía, como si el hijo de los cielos hubiera descendido para encarnar sobre la tierra la imagen de la pura vida.