Vapor de plata y metileno de una foto en blanco y negro. Nubes de mercurio rasgan el paisaje, brotando burbujeantes. La ceguera momentanea del instante incontrolado turba el espiritu del viajero obstinado, la piel curtida, el rostro cortado. Su cara se deformaba al tenue candor de una tímida vela. De pronto todo era tan frio y gris como la piedra, tan lleno de muerte como el fracaso.
Fuera de su tiempo y fuera de su tierra, si es que tiene alguna. Por primera vez en mucho tiempo esta perdido.
El tiempo gotea y han pasado los fríos del norte. Como en un cuento de ciencia ficción mira al techo, una lápida húmeda celando su tumba de yeso. El silencio de la soledad probablemente sea el ruido más molesto. Por eso inventa dialogos con sus fantasmas, atrapado en una red oscura de circuitos luminosos.
La aguja pequeña, marcando los siglos, alarga la espera con su ritmo de marcha fúnebre. Pronto sonará el despertador, recorrera la milla verde en bicicleta y prestará su cuerpo a la ciencia.
Pero esta vez todo saldrá bien. El perro rabioso no puede sino morder, y eso es lo que se espera de él. La duda es el primer capítulo de un libro llamado fracaso, y hace tanto que no lee nada que ya no sabe ni escribir.
Quizas sea la vejez pero... las pequeñas cosas de la vida son las que hacen que todo lo demás valga la pena.
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