Hola, viejo amigo.
No te emociones todavía, esto es sólo un simulacro. Un simulacro de cuan diferente sería recorrer estos caminos tras un hiato de más de 12 años, por lo visto. 12 años, una cifra que no es casual.
Doce años durante los cuales las nieves del tiempo platearon mi sien. Durante los cuales tanto cambió. Gustaríame recuperar viejos posts y explorar de nuevo sus temas a la luz de la experiencia. Pero aún no, aún no estoy listo, y en esta afirmación también hay implícita una promesa.
El caso es que por circunstancias de la vida me entró el gusanillo de escribir de nuevo. Un gusanillo que llevaba hibernando la bagatela de doce años; el tardígrado, más bien, de la escritura. Y qué mejor soporte que ese viejo escritorio, hoy ya desaparecido, que me vio crecer. Ese escritorio verde esperanza, repleto de artefactos tan anodinos pero tan significativos. Fue hace una o dos vidas, pero aún adorna, perenne, este blog. Más sobre la forzada (aunque frágil) permanencia digital, quizás en otro post... quizás.
En fin, con este excéntrico gesto te dejo hasta más ver, sin confirmar ni desmentir esa promesa. De quizás reconstruir un bonito refugio en este desierto ya abandonado por todos.
Lo cierto es que mucho el mundo ha cambiado también, y quién no siente la llamada del escriba que ante la emoción desbordante que le provoca su Zeitgeist, ansía dejar patente cuanto está aconteciendo. En esta bella lengua que me duele, o en otras que (re-?) aprendí desde entonces... mucho ha cambiado en estos años, querido amigo. Mucho ha cambiado...
o no tanto. Somos acaso otras personas, por mucho que cada átomo de nuestro cuerpo haya sido renovado por el imparable avance del metabolismo celular? El barco de Teseo era desde luego el mismo, aún habiendo cambiado hasta la última pieza.
Pero la experiencia es un grado, desde luego. Aquel brote convirtióse en árbol, talado, en bosque, escamondado, de nuevo entero, a veces sequoia, a veces abeto y no, no es una referencia fálica, concupiscente lector.
Quizás la escritura, como cualquier producción, artística u otra (si es que a esto se le puede llamar arte, siquiera sin mayúscula) sea lo único que queda tras la muerte y, por tanto, sea el único hilo conductor de una vida que se sienten como muchas. La quinta, calculé, es la que llevo.
Si heredé ademán gatuno alguno, espero me queden en el tintero 4, para el total franco-francés de nueve. Pero si venció mi parte hispana, romana, galaico-gala, me temo que son solo 2 las que guardo en la reserva. Más de la mitad consumida, en cualquier caso, para una edad tan temprana. 36 no son nada. Y sin embargo siéntome viejo, por momentos. Por primera vez en la vida, de verdad, puedo ponerme de puntillas y asomarme para ver el otro lado, la pendiente descendiente hacia el inesquivable desenlace de nuestra inevitable impermanencia.
Tanto mejor: quién quiere vivir para siempre?